Crónica de una mujer en sueños

A veces te veo dormir 
bajo espirales de zopilotes que buzean
sobre el zumbar nocturno de siluros alados
y clausuro las ventanas;
así, tus manos antiaéreas 
se lanzan a vengar la sangre que se arrebata
del pacífico país silente que habitamos.
Atento a tu guerra ciega
oigo el aplauso gigante
de las victorias gulliverescas contra aviones
enemigos: el gran crujir exoesquelético
del bombardero alcanzado;
y  la quietud amazónica
de la tierra repatriada llega a la pecera
de buques derrotados donde por fin descansas.

Tus raíces imperiales
nos manejan a tu antojo:
los perros y yo nos alejamos del castillo
protegido por tus conjuros incomprensibles,
pacientemente esperamos
-en segundero de hormiga-
para entrar en los muros de la ciudad fundada
esquivando el hechizo de tu habla hiperbatónica.

A veces, tu imperialismo
me sorprende y me sofoca
en forma de catedralicia pierna barroca
sobre un costado por la osadía de admirarte
ciego sin ser invitado.

También te acaricio a veces, 
cuando mi paracaidismo no encuentra castigo
me atrevo a mirarte, despacito, con el tacto:
tu piel de cera encendida
de témpanos y corteza, 
vago entre las simulaciones de tus conjuros
por saber cómo nace el conejo que vomitas,
si es cierto que ya va tarde,
si puedo reconocer,
como ornitólogo, qué pájaro sopla el canto
que arrulla los linderos de la Mujer Dormida.

A veces también intento
teclearte un verso en la espina 
por ver si puedo hackear el código del sueño
o encontrar respuesta a los misterios y los miedos
que despierta ver tus ojos
en la oscuridad abiertos
como ajenos de esta realidad y este tiempo; 
mas, desde tus pupilas de código extraviado
siento que muy, muy en el fondo
me estarás viendo soñar.

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